Con una prosa fresca y directa, el mismo protagonista actúa como narrador y nos presenta una colección de personajes tan particulares como divertidos y sus peripecias cotidianas. Su tono franco y desenvuelto, con un cierto punto de incorrección política, la convierten en una lectura que no calificaremos de hilarante, pero sí de amena y divertida. Ignasi Blanch ameniza la novela con unas ilustraciones distintivas que encajan perfectamente con el tono de la narración. En definitiva, estamos delante de una novela que no marcará un antes y un después, pero que agradecemos de hallar en las librerías. Una de aquellas obras en las cuales apetece entrar y, una vez salimos de ella, pensamos que la experiencia ha valido realmente la pena.
Marc Alabart. Faristol
|